Origen: Manuel Jular llega con su pintura más fresca y un “calendario Antelami” a la galería Ármaga | Tam-Tam Press
Regresa el pintor Manuel Jular a la galería leonesa Ármaga con una doble exposición —una selección de sus últimas obras de pintura digital y un calendario “Antelami” 2016 inspirado en el escultor italiano— compuesta por más de treinta cuadros. La inauguración —y la presentación del calendario en formato papel— tendrá lugar el próximo viernes 16 de octubre, a las ocho de la tarde, y la muestra se podrá visitar hasta mediados de noviembre.
Reproducimos los cinco textos incluidos en el catálogo-calendario de la exposición.
“ARTIJULAR”
“Este otoño me “toca” exponer en Ármaga. Voy “penultimando” detalles e imágenes para la expo, que creo que tendrá dos frentes más/menos figurativos…” .
Por ELOÍSA OTERO
El pintor que hace quince años cambió las brochas por el ratón de un Mac no quiere hacer exposiciones retrospectivas ni antológicas. Nada de cuadros rugosos, ni de piezas del siglo pasado. Su última obra es digital y en su disco duro almacena más de mil tiffs, susceptibles de reproducción e impresión, con las circunvoluciones de su pensamiento técnico-pictórico. Solo hay que hacer una selección y encargar la impresión.
Más de mil tiff’s (en formato digital) = Mas de mil cuadros.
Parecen muchos y son muchos. Archivados en carpetas, algunas de ellas —como la serie dedicada a las “espirales”— nunca han visto la luz sobre un lienzo. Otras, en cambio, ya se pudieron ver en parte en la gran exposición que, en marzo de 2012, ocupó las salas temporales del Museo de León con el título de‘Descensus ad inferos’.
Después de aquello, Jular ha vuelto a hacer “semi-abstracto”. De ahí, de esta última etapa, ha salido elcalendario Antelami que se podrá ver este otoño en Ármaga, un trabajo que muestra cómo el artista continúa en su línea de mezclar la invocación de iconos consagrados de la historia de arte con la especulación y el collage digital.
Si le hiciera caso al pintor, este calendario se podría definir como “una julariana mistificación sobre las imágenes proyectadas por el arquitecto y artista italiano Benedetto Antelami, a finales del siglo XII, para la catedral de Parma”. Un calendario de tareas y oficios campesinos relacionados con los meses del año. Pero hay algo más aquí, algo más que un calendario y un zodíaco, que yo no me atrevo a descifrar, y que el propio artista apunta cuando se explaya.
El segundo “frente” que muestra Jular en Ármaga está formado por una selección de sus últimas obras, a partir de las cuales surge la gran pregunta: ¿Qué es la pintura para Jular? “Una manera de divertirme, o de seguir vivo”, dice él. Algo que le motiva cada mañana. O la única forma de vivir. “Pintar por pintar. Porque sí”. Porque, como reconoce él mismo, “vender… no se vende”. Y quizá no tenga mucho sentido seguir pintando. O sí.
“No sé para qué hago esto”, suspira Jular. “Aunque supongo que algo de instinto hay en ello”, se responde a sí mismo. Quizá, como Antonio Gamoneda (maestro de la reescritura), Jular ahora “repinta”. Aunque por otra parte también ha llegado a ciertas formas de automatismo, entre el caos y la creación, con las que se lo pasa muy bien.
Observamos que el pintor a veces cuelga en Facebook alguno de sus tiff’s, que reciben comentarios como éstos: “Ahí dentro estás tú mismo, Manuel”, “Hermoso caleidoscopio”, “Fiesta de cromatismos, puro arte, Manolo en carne viva”, “Joder, que emocionante y poético despliegue”…
¿Qué podría decir yo de la pintura de Jular? Bien poca cosa, cierto es. Le conozco desde hace más de treinta años, y hay cariño. Al margen de eso le reconozco en sus obras, de alguna forma he asistido a su evolución a lo largo del tiempo, me gustan muchos de sus cuadros antiguos y modernos, y no puedo decirle que no cuando me pide un texto, aunque yo no sepa hablar de pintura. Jular es Jular y un Jular es un Jular. Y eso vale para la brocha y para el ratón. Y para el relato de la historia vivida.
Debajo, encima o en el medio de cada uno de sus “collages” puede haber unos mejillones, una partitura deSchönberg, una flor, un Kline, un Klimt, una elipsis, un juego con Miró, o con Poliakoff, un guiño mitológico, una radiografía, una foto de Juan Luis García o un poema de Rimbaud… Con todo juega Mac-Jota mientras su ratón se entretiene en una espiral, en algo que parece un fractal, en un símbolo o simplemente en manchas, porque en eso consiste la pintura, en “manchar”, mientras lo figurativo juega al viceversa con el expresionismo abstracto, confundiéndose en un más allá de las imágenes. Piel y símbolos. Pintura y realidad.
Creo que Jular sigue “especulando” como en los años 60, cuando empezó a indagar en los caminos del arte, aunque con otras armas o herramientas y con medio siglo más de trayectoria y pensamiento plástico-pictórico en su cabeza. Sigue jugando a “contar” y a “epatar”, sea con elementos reales o con elementos “secuestrados”. Jugando a desarticular y articular, a ver qué pasa… Jugar/Jular. Articular/Artijular…
Como decía Sábato, “la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”. Pero de eso se trata y en eso consiste vivir. “Mi escritura es el relato de cómo avanzo hacia la muerte”, ha dicho Gamoneda. Quizá, como señaló Wallace Stevens, la función de la poesía, y del arte por extensión, sea “ayudarnos a vivir nuestras vidas,” o, como puntualiza Harold Bloom, ayudarnos a “aprender a soportar la mortalidad”. Quizá solo en eso consista la cosa: en conseguir articular, cada uno a su manera, ese relato que nos cuenta.
Jular lleva más de sesenta años pintando sin dejar de investigar y aprender, sin dejar de ser testigo de su tiempo, para llegar a esto. Si en 1961 inauguró con Alejandro Vargas la primera exposición de arte abstracto que hubo en León, revolucionando el panorama creativo de la ciudad, ahora mismo, a sus 76 años, sigue indagando en la magia daimónica del arte. Poco importa el formato cuando todo es pintura (imagen, mirada, retina). Y puede que, llegados a este punto, sobren las palabras. Porque, mucho mejor que un texto, las imágenes de esta exposición hablan por sí solas. Así que déjense llevar… miren… observen… y escuchen al daimón que se esconde en cada uno de estos cuadros.
“Fotosop And Me”
Por MANUEL JULAR
Sin empastes, la piel del cuadro sin trampantojos. Todo en primera línea de la imagen. Volátil como un papel, vivo como los colores de la naturaleza. Y desde luego sin osadía. Porque la osadía del pincel digital y los filtros de ordenador han desaparecido ya, convertidos en uso casi común.
Así pues hemos dejado las sorpresas de la rugosa piel de los cuadros y la confortable textura de las superficies para imprimir, plotear, monotipar… O lo que ustedes prefieran.
Parece que, no tanto al espectador sino al espectador cliente, le desasosiega un poco el carácter de
obra gráfica de estas realizaciones. El que sean transportadas al papel, o a la tela, desde una máquina. O sea: reproducidas.
Estas naturalezas muertas, o “abstractos” según viejas clasificaciones, han sido realizadas desde los programas de diseño con una intención y sentido precisos: Replantear la relación entre fabricación y pensamiento.
Pero lo sustancial en pintura (al menos yo lo pretendo así) es la idea–forma y la “magia” de todo un inexplicable mundo de superposiciones visuales que se dan en la mente del artista plástico y deben aparecer en el cuadro.
Cuando la mano se arrastra sobre la tela, porte la herramienta que porte –pincel, espátula, rascador, etc…–, los trazos nuevos deshacen los antiguos. Cada elección borra la anterior y va fijando un camino que no tiene vuelta atrás. Tiene la “grandeza” de lo irrepetible. Pero es mayor su
miseria, porque imposibilita el retorno a momentos brillantes (o firmes, o seguros, o…) anteriores.
Bien. El ordenador y sus programas tienen mejor memoria. Los diferentes formantes por los que discurre la idea, sean dibujos, gestos, o transparencias texturales son memorizados históricamente.
Y se puede volver sobre ellos y desecharlos. O refundirlos.
Todo ello hasta el to save, o to print (divertida jerga del imperio), definitivos. Decisión final que, en cualquier caso, puede dilatarse sin que la imagen decisiva sea fagocitada previamente por una torpeza o un exceso de celo.
Por ello, la imagen resultante es un final en sí misma, no un boceto previo para un posterior trabajo pictórico realizado con técnicas más “aparentes”, o más “clásicas”. Hacer esto, sí sería reproducir, por más que la manualidad resultase museable.
En ese matraz, (que diría Tonet Bernábeu), la plástica recupera dialécticas de palimpsesto y puede conciliar el homenaje con el cainismo.
Claro que sí, amigo Antonio. Estas abstractions/natures mortes son, sobre todo, juegos del intelecto, de olvido y nostalgia. Los grandes pintores –“padres y abuelos”– que admiramos son ejemplo y barrera. Hay que descerrajar sus arcones y hacernos con su música y sus colores.